Inicio de la batalla
La mañana del 13 de marzo de 1741 una imponente flota de 195 navíos británicos (unos 135 buques de transporte y unos 60 navíos de línea y fragatas de menor eslora) junto con un contingente de unos 32.000 hombres (entre infantes y marineros) al mando del Vicealmirante D. Edward Vernon se presentan ante la costa de la española Cartagena de Indias. Una ciudad cuyo comandante militar a cargo de su defensa era el ya experimentado Teniente General de la Armada D. Blas de Lezo, con unas tropas que apenas llegaban a 3600 efectivos (entre infantes, marineros y tropas nativas), 6 navíos (el Dragón, el Conquistador, el Galicia, el San Felipe, el África y el San Carlos).
A pesar de la evidente inferioridad numérica de los españoles, la plaza de Cartagena era un lugar donde podía planearse una eficaz defensa al estar ésta guarnecida por una serie de fuertes y castillos cuyas baterías de cañones cerraban las dos entradas (Bocagrande y Bocachica) a la bahía interior y exterior del puerto de Cartagena.
Durante los primeros días de la batalla, los ingleses no inician las hostilidades, ya que estudian escrupulosamente los fuertes que guarnecen la ciudad a fin de encontrar el lugar idóneo donde desembarcar sus tropas. Llegado el 20 de marzo, y ante la dificultad de entrar en la bahía por Bocagrande (guarnecido por los navíos Conquistador y Dragón), los ingleses deciden dirigirse a Bocachica, donde inician un fuerte bombardeo a las baterías de artillería española “Santiago” y “Chamba” y a fuerte de San Felipe de Bocachica. Seguidamente, con las defensas españolas ablandadas, los ingleses desembarcan a la mayor parte de su contingente terrestre en las inmediaciones de la batería de Santiago (20-21 de marzo).
Entrada de los británicos en la bahía (20 de marzo-5 de abril)
Durante estos días, la mayor parte de los buques españoles son hundidos a fin de dificultar la entrada de los navíos ingleses en la bahía exterior. No obstante y debido a la abrumadora superioridad en potencia de fuego de los ingleses (a los cañones de los barcos se le sumaron la fuerza de las tropas ya desembarcadas). Los ingleses atacan las batería española del Varadero y la batería de punta Abanicos (defendida en su etapa final por el capitán español Campuzano y trece soldados frente a 14 navíos de línea ingleses).
Tras la caída de estas dos baterías, los ingleses se centran en la destrucción de los dos imponentes fuertes españoles que quedaban defendiendo Bocachica (el de San José y el de San Luis de Bocachica). Este último, es sometido a un intensísimo fuego de artillería los días 4 y 5 de abril, quedando con lo cual sus cañones inutilizados y sus murallas reducidas a escombros. Por esta brecha un gran contingente de infantes ingleses entran en el fuerte a bayoneta calada. Ante la imposibilidad de resistir en el fuerte, el mando español ordena que los pocos supervivientes se replieguen sobre Cartagena en la noche del 5 al 6 de abril.
Con la toma del castillo de San Luis de Bocachica, y a pesar del hundimiento de los buques españoles de Bocachica, los navíos ingleses entran triunfalmente en la bahía exterior de Cartagena, haciendo la situación española mucho más delicada si cabe. A pesar de esta difícil situación, en los oficiales ingleses crecía la preocupación de la acérrima resistencia de los soldados españoles. Puesto que de seguir así, la toma de Cartagena se saldaría con un elevado coste para sus tropas.
Asedio de Cartagena y desenlace final (13 de abril-9 de mayo)
Tras entrar las tropas inglesas en la bahía exterior, los españoles repiten su táctica y hunden los buques Dragón y Conquistador a la entrada de la bahía interior para dificultar el avance de los buques ingleses. Paralelamente a esto, y por carecer de relevancia estratégica en ese momento, los pocos españoles que quedaban en el castillo de San José (Bocachica) son replegados en pequeñas embarcaciones a la ciudad de Cartagena.
El 11 de abril, las tropas inglesas toman el fuerte de Santa Cruz, muy cercano a la ciudad y que había sido previamente abandonado por los españoles. Tras esto, inician dos días después (día 13) el asedio del núcleo urbano de la ciudad de Cartagena. Es en esta situación quizá cuando la situación de los españoles toca fondo, ya que los alimentos empezaban a escasear, los heridos de los combates anteriores se empezaban a acumular y por si fuese poco, la artillería naval y terrestre inglesa no daba tregua ya fuese día o noche. Este cañoneo dañó gravemente las últimas defensas españolas y algunas edificaciones de la propia ciudad. A pesar de ello, la ciudad todavía seguía dominada por el majestuoso castillo de San Felipe de Barajas, con una guarnición de 1000 españoles altamente motivados
El día 14, el almirante Vernon afirma a su Estado Mayor que la ciudad se rendiría en dos o tres días, ya que según él: "tan pocos defensores no podrían resistir tanta presión durante mucho más tiempo".
El día 16 de abril, Vernon ordena la toma de Cartagena al asalto, con una fuerza de más de 10000 hombres (entre los que se incluían macheteros jamaicanos, tropas inglesas y americanas). De este modo, los ingleses capturan el cerro de la Popa (apenas a 1 kilómetro del castillo de San Luis de Barajas)
Vernon sabía que si este castillo caía, la ciudad de Cartagena quedaría casi totalmente desprotegida y no tardaría en caer. Por eso preparó un asalto final al castillo concentrando todas sus tropas en ese punto.
Blas de Lezo, consciente de la importancia de este último baluarte decide cavar un foso alrededor de su castillo (ya que sabía que los ingleses habían preparado escalas para los muros estudiando la altura de sus murallas) y trincheras en zigzag para reducir la efectividad del fuego artillero inglés.
El asalto final (19-20 de abril)
La noche del 19 al 20 de abril, y tras un intenso fuego de artillería británico, Vernon ordena avanzar hacia al castillo a 10.200 hombres agrupados en 3 columnas de infantería apoyados por las tropas jamaicanas.
A pesar del fuego español, los ingleses llegan a las murallas del castillo en plena noche, donde comprueban horrorizados que sus escalas no eran lo suficientemente altas para trepar por los muros de la fortaleza española. Los españoles, conscientes de la situación inglesa, comienzan un intenso fuego de fusilería sobre las tropas británicas. Tras esta carnicería, y a fin de explotar el éxito, los españoles calaron las bayonetas de sus fusiles, abandonaron sus posiciones a cubierto y emprendieron una feroz carga contra los ingleses. Los ingleses, incapaces de reaccionar ante el violento contraataque emprenden la huida hacia sus navíos.
Este fallido asalto desmoralizó profundamente a los ingleses. Y entre los días 22 y 25, los combates fueron decreciendo en intensidad sin llegar a dejar de bombardear la ciudad (bombardeo del 26).
Para el día 9 de mayo, las bajas de los británicos habían sido tan elevadas que el almirante Vernon se vio obligado a hundir varios de sus buques (al no disponer de hombres suficientes para gobernarlos en alta mar). Es por esto, que el alto mando inglés considera ya una ilusión la posibilidad de tomar la plaza española de Cartagena y decide retirarse con la flota restante a la isla británica de Jamaica.
Poco antes de retirarse Vernon envió una carta a Blas de Lezo en la que rezaba lo siguiente: "hemos decidido retirarnos, pero para volver pronto a esta plaza después de que nos hayamos reforzado en Jamaica". A lo que el almirante Blas de Lezo le respondió: "para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya una flota mayor, porque esta sólo ha quedado para transportar carbón entre Londres e Irlanda."
Entre el balance final de bajas, los ingleses tuvieron 9.500 muertos, 7500 heridos y perdieron 50 navíos. Los españoles tuvieron 800 muertos, 1200 heridos y perdieron los 6 navíos de los que disponían.
En Inglaterra, desconocedores de esta decisiva derrota, hicieron caso a los informes iniciales que el almirante Vernon envió al rey inglés en el que se auguraba una rápida victoria. Es por esto que en Inglaterra se empezaron a acuñar monedas donde se mostraba la figura de Blas de Lezo arrodillándose ante Vernon. Nada más lejos de la realidad, ya que esos harapientos y hambrientos soldados españoles que Vernon auguraba que se rendirían en dos o tres días, resistieron en unas condiciones de franca desventaja y demostraron una vez más el coraje y la audacia de los soldados del ejército del Imperio Español. Un imperio que seguiría siendo la principal potencia en el Caribe durante muchos años, y un imperio cuyo ejército ya se encontraba destacado en todos los continentes del globo.